“La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana” (Lumen Gentium 11). En la última cena, Jesús compartiendo con sus apóstoles tomó el pan y luego el vino y diciendo las palabras, que también el sacerdote usa hoy para consagrar el vino y el pan, les compartió su amor y se quedó con ellos hasta el fin de los tiempos en este sacramento de la caridad. Por eso, cuando la Iglesia proclama que la Eucaristía es la fuente y cumbre de la vida cristiana, está anunciando que la Eucaristía es el modelo de entrega que los cristianos deben de tener los unos a los otros. En otras palabras, la Iglesia nos invita a vivir en una “Coherencia Eucarística,” en la cual no solo proclamamos lo que creemos, sino que también debemos vivir lo que comulgamos en la Eucaristía, en donde se nos da el mismo Cristo hijo de Dios vivo, quien nos ha amado tanto que ha decidido permanecer con nosotros en las especies del pan y del vino.
En este sentido de la coherencia Eucarística, el Papa Benedicto XVI escribe lo siguiente sobre el sacramento de la caridad: “la relación entre el misterio Eucarístico y el compromiso social debe ser explícito. La Eucaristía es el sacramento de la comunión entre hermanos y hermanas que permiten que ellos estén reconciliados con Cristo quien hizo que los judíos y paganos fueran un sólo pueblo, derribando la pared de la hostilidad que los separaba”; y añade: “solamente este constante impulso hacia la reconciliación nos permitirá participar dignamente del cuerpo y la sangre de Cristo” (Sacrament of Charity). Con estas palabras, el pontífice nos está indicando que el sacramento de la Eucaristía debe tener un profundo efecto en nuestras vidas y que todos debemos permitir que el Dios Eucarístico transforme nuestros corazones a “su imagen y semejanza” (Genesis 1:26) y, así, podamos vivir en comunión con todos nuestros hermanos y hermanas sin importar culturas, credos, o costumbres; el Papa nos pide que seamos capaces de tener una vida de constante servicio. Por otro lado, el Papa San Juan Pablo dijo que es en los sacramentos, y especialmente en la Eucaristía donde Cristo Jesús obra en plenitud para nuestra transformación (Cf. Catechesi Tradendae 23), así podremos pensar, sentir, actuar como ÉL.
Para poder recibir esta gracia imitadora del amor Jesús hacia los demás, debemos estar en estado de gracia, que nos permitirá tener una transformación personal y moral que no solo afectará positivamente nuestras vidas, sino también la de aquellos que nos rodean. El amor de Jesús recibido en la Eucaristía nos puede impregnar de tal manera que se extienda a nuestro alrededor y termine por cambiar nuestras familias, amistades y, sobre todo, este mundo de hoy que tanto necesita de amor y solidaridad. Y para responder a la invitación de recibir al Amor en persona en este sacrosanto misterio, nosotros debemos prepararnos para tan grande y santo momento. En este sentido, en la carta del Apóstol san Pablo encontramos unas palabras muy serias que nos deberían hacer reflexionar detenidamente: “el que come el pan y bebe la copa del Señor en una manera indigna será culpable de profanar el cuerpo y de la sangre del Señor. Deja al hombre examinarse, para comer el pan y beber de la copa. Por quien come y bebe sin discernir, come y bebe juicio sobre sí mismo” (1 Cor11:27-29). Si no vivimos en amistad con Dios y abiertos a las necesidades de los demás, entonces el Cuerpo y la Sangre del Señor no nos servirán de nada, más aún, serán para nuestro mal.
Con la gracia y la esperanza que solamente el Dios Eucarístico puede darnos, vengamos al altar con mente y corazón dispuesto a la transformación que el Señor nos ofrece para que “viviendo la conmemoración de la pasión de Cristo y disponiendo nuestras almas a la gracia de la vida en gloria de la vida futura” (O Sacrum Convivium by St. Thomas Aquinas) podamos vivir ya como un día viviremos en la eterna Jerusalén, en el reino de Dios Padre en unión con Cristo y su Iglesia.